Según la Organización de Naciones Unidas, el objetivo de proclamar días internacionales es “sensibilizar, concienciar, llamar la atención, señalar que existe un problema sin resolver, un asunto importante y pendiente en las sociedades para que, a través de esa sensibilización, los gobiernos y los estados actúen y tomen medidas o para que los ciudadanos así lo exijan a sus representantes”[1]
Es así como el 8 de marzo de 1975 , la ONU celebra por primera vez el Día Internacional de la Mujer con el objetivo de reivindicar los Derechos de las mujeres y la Paz internacional, de sensibilizar respecto de los desafíos pendientes y las inequidades presentes, así como de señalar logros alcanzados[2].
A partir de dicho propósito, y habiendo surgido fruto de sucesos históricos específicos y trágicos de inequidad de género; ¿en qué momento el Día Internacional de la Mujer se transforma en una suerte de celebración en las prácticas sociales? ¿Cómo se explica que haya devenido en una suerte de apología esencialista de la mujer? Es decir, en una celebración del ser mujer y de las características que se supone nos definirían. ¿En qué momento comenzamos a repartir “felicidades”, “deseos de pasar un merecido bonito día”, a recibir flores y chocolates, ofertones de productos de belleza, peluquería, etc.? Y aún más, ¿en qué momento comenzaron a circular los saludos felicitándonos por poderlo todo, por abarcar tanto, por hacer lo mismo que los hombres, pero subidas en un incómodo par de tacos altos, ensalzando el orgullo que debiéramos sentir de lograr lo que logramos al doble de esfuerzo?
Asistimos a una “reinterpretación” que hace de esta fecha una oportunidad más de ensalzar cierto tipo de femineidad hegemónica con la cual muchas no se sienten identificadas. Es así como pueden leerse en los saludos circulantes homenajes a la “pasión, dulzura y fortaleza” de la Mujer, a “lo más bello en la tierra”, y a lo “soñadoras, atrevidas, apasionadas, inteligentes y guapas” que somos, reforzando representaciones sociales de la mujer como un ser delicado y bello (de ahí una flor nos simboliza), capaz de abarcar múltiples tareas, de remar en contra y de hacer frente a las dificultades.
Considerando el propósito de la ONU que da origen al 8 de marzo, es innegable que estamos ante una tergiversación del sentido original del Día Internacional de la Mujer. Las razones de ello podrían pensarse por un lado, en la apropiación de la fecha por parte del capitalismo, que la adecua a sus lenguajes y códigos. Y por otro, las mismas instituciones contribuyen a la falta de reflexividad frente a dicha mercantilización. Escuelas, hospitales, empresas e instituciones públicas felicitan a sus trabajadoras y alumnas, les regalan flores y chocolates al tiempo que persisten invisibles y explícitas inequidades y violencias de género dentro de éstas.
Es un día que, apropiado por el mercado y distorsionado por la institucionalidad, es despojado de una necesaria indignación y de reflexión, celebrando cualidades que se asumen naturales en forma acrítica, y reforzando imaginarios de lo femenino estereotipados y rígidos que son opresores para muchas, reproduciendo así la violencia hacia la Mujer.
Lo perverso de esto es aquello que no se dice cuando se dice algo, aquello que se silencia e invisibiliza cuando se utilizan estos discursos. Y es que a pesar de la mayor visibilización de las diferencias e inequidades de género y los intentos de regulación legal de los derechos de las mujeres, aún nos enfrentamos continuamente a diversas formas de discriminación hacia éstas; violencia en todas sus formas, diferencias salariales, brecha en la presencia de las mujeres en cargos de poder, publicidad sexista, acoso callejero, entre muchas otras.
Resulta simbólico que precisamente el Día de la Mujer esté cruzado y conflictuado por los mismos elementos que generan las condiciones que permiten que la violencia de género tenga lugar: capitalismo y patriarcado. Después de todo, celebrar lo “espléndidas que somos” es mucho menos incómodo que mirarnos como sociedad en lo que nos falta.
El volver a significar esta fecha en su sentido original, la transformación de los discursos circulantes y con ello de las prácticas sociales, requiere de un Estado que no solo garantice el diseño e implementación de políticas públicas con perspectiva de género, sino que garantice una institucionalidad que considere la urgencia de la transformación cultural necesaria para erradicar toda forma de violencia contra la mujer. Después de todo, la creación de los días internacionales por parte de la ONU interpelan en primer lugar a los Estados a revisarse y a tomar las acciones necesarias.
El necesario cambio cultural comienza con una institucionalidad que sensibilice, que tenga la apertura de instalar la reflexión crítica que pueda contraponerse a los discursos provenientes del mercado, y a valorizar las diversas modalidades de transitar lo femenino, abriéndose a nuevos discursos respecto de los géneros, los cuerpos y la sexualidad.
Pía Vallejo – Psicóloga Clinica Red de Psicólogos de la Diversidad Sexual.
Valery Dawson- Psicóloga Clinica y Directora CERES.
[1] http://www.un.org/es/events/womensday/
[2]http://www.un.org/es/sections/issues-depth/women/index.html