Por Nicole Saá Vergara
Licenciada en Psicología
En el año 2019, según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), una de cada 8 personas en el mundo se encontraba afectada por un trastorno mental, lo cual se traduce en 970 millones de personas (s.f.), sin siquiera considerar el aumento de enfermedades de la salud mental producidas por los estragos de la pandemia del covid-19. Al indagar cuáles son los trastornos de salud mental que están afectando a las personas, es posible encontrar información en donde se plantea que la depresión y la ansiedad son las enfermedades mentales que tienen una mayor presencia en la actualidad, tanto en mujeres como hombres (Goldstein, 2022; OMS, 2022). Sin embargo, es posible identificar que existe una diferencia en el porcentaje de personas afectadas por estas psicopatologías de acuerdo con algunos factores como el género. Por ejemplo, la OMS propone que la depresión es mucho más común en mujeres que en hombres y explica que los porcentajes de prevalencia son un 5,1% en las mujeres versus un 3,1% en los hombres. Incluso, la OMS propone que la depresión unipolar afecta el doble a las mujeres respecto de los hombres (2018b). Adicionalmente, Goldstein (2022), plantea que además de la depresión, los trastornos de ansiedad y los trastornos alimentarios también están afectando más a las mujeres que a los hombres.
Lo anterior lleva a plantearse por qué, de acuerdo con las investigaciones, las mujeres, parecen estar siendo más vulnerables a ciertos trastornos mentales que a otros. En esta misma línea, la autora Luciana Ramos-Lira (2014), plantea la necesidad de incorporar la perspectiva de género en las investigaciones acerca de salud mental con el propósito de indagar en los vínculos de ésta con los diversos factores que la influyen. En relación con lo propuesto por Ramos-Lira, se revisarán algunos posibles factores que pueden estar impactando la prevalencia de psicopatologías de acuerdo con el género.
Para realizar la revisión propuesta, primero es necesario aclarar que las clasificaciones de “hombre” y “mujer” corresponden al binomio de géneros hetero normativos en los cuáles se basa nuestra cultura actual, con el fin de indicar a los miembros de la sociedad qué es lo que ésta espera, permite y valora de ellos en un contexto específico (UN Women Training Centre, s.f.). Más precisamente, podemos definir al género como el conjunto de roles, conductas, actividades y atributos que se consideran apropiados en una sociedad y tiempo específicos, tanto para mujeres, como para hombres y para personas de identidades no binarias. Es posible plantear entonces que el género es un estereotipo, es decir, una idea preconcebida y aceptada por una determinada sociedad, la cual esperará que los sujetos se ajusten a él.
El problema que conlleva el uso de estereotipos es que cuando alguien no se ajusta a él, produce a algunas personas una especie de malestar, una falta de conformidad respecto de lo que se percibe versus la idea interiorizada y normalizada de lo que se espera percibir. Esto podría provocar una respuesta agresiva a modo de mecanismo de defensa traduciéndose en estigmatización, exclusión social y discriminación, lo cual puede afectar negativamente la salud de las personas (OMS, 2018a). Peor aún, los estereotipos de género binarios que existen actualmente, “mujer” y “hombre”, se configuraron históricamente de tal manera que establecen una inequidad jerárquica. Esto puede deberse al orden social producto del desarrollo histórico en donde, ante la ausencia de los métodos anticonceptivos, las mujeres se veían en la obligación de dedicarse a la crianza mientras los hombres buscaban alimento. Esto se mantiene en la modernidad durante la industrialización y la migración de las familias desde el campo a la ciudad, donde el hombre ante el rol de proveedor salía a trabajar y la mujer se quedaba en casa dedicada a la familia y al hogar, pero comienzan a observarse cambios con la aparición de los métodos anticonceptivos y la lucha feminista que busca realzar a la mujer en la sociedad protegiendo sus derechos, la cual persiste hasta el presente. En este sentido, la inequidad que establecen los géneros hegemónicos heteronormativos relega a la mujer y a toda aquella persona que se asocie a lo femenino, a un lugar secundario y de subordinación respecto de quien se encuentra en el primer escalafón.
En consecuencia, se produce una inequidad en la distribución del poder en las relaciones humanas a causa del género, provocando desigualdades que pueden incluso agravar aquellas que se producen por la situación socio cómica, la edad, la etnia, la discapacidad, la orientación sexual, entre otras (OMS, 2018a). La desigualdad de poder entre los géneros produce que todos aquellos considerados por debajo del primer escalafón se vean exigidos social y culturalmente a cumplir roles y deberes configurados a partir de un marco masculino-hetero-cis-céntrico, donde muchas veces la posición de subordinación les hace proclives a sufrir abusos de poder y vulneraciones. En este sentido, son nuevamente las mujeres, las diversidades y las etnias quienes están más vulnerables ante la experiencia de ser víctimas de la violencia en sus diferentes formas. Como el tema central a tratar en este caso es la vulnerabilidad de las mujeres ante ciertas psicopatologías, se tiene que la misma OMS, plantea que una de cada tres mujeres, es decir, un 30% de las mujeres, ha sufrido violencia física y/o sexual en su vida, ya sea ejercida por la pareja o por terceros (2021).
En esa misma línea, Echeburúa y Guerricaechevarría (2009), plantean que las víctimas de abuso sexual suelen ser más frecuentemente mujeres que hombres, con un 59,9% y un 40,1% respectivamente. Los mismos autores agregan que el abuso sexual constituye una experiencia traumática que impacta negativamente el psiquismo y que, además, implica posiblemente secuelas psicopatológicas en todas las etapas de la vida, tales como estrés postraumático, depresión, ansiedad, baja autoestima, trastornos de personalidad, desconfianza y miedo de los hombres, desordenes alimenticios, fobias y aversiones sexuales, aislamiento, conductas autodestructivas, entre otros. La OMS (2018b) también tiene algo que decir al respecto planteando que las mujeres que han sido víctimas de abusos físicos o sexuales presentan mayor tasa de problemas de salud mental, embarazos no deseados y abortos inducidos y espontáneos. Concuerda también en que estas experiencias provocan que haya el doble de probabilidades de sufrir depresión y de padecer trastornos relativos al consumo de alcohol y 1,5 veces más de probabilidades de contraer VIH u otra enfermedad de transmisión sexual. Otros autores como Calvo y Camacho (2014), agregan que la violencia física va desde lesiones, pasando por traumatismos hasta femicidios, sin considerar el suicidio, que es otra posibilidad producto de estas vivencias.
El Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género en Chile (MinmujeryEG) plantea, además, que se ejerce contra la mujer la violencia psicológica y económica. La violencia de tipo psicológico consiste en intentos de control mediante amenazas, humillaciones y presión emocional con el fin de que se sienta insegura y sin control sobre su vida y decisiones. Por otro lado, la violencia económica, que también consiste en un intento de control sobre la mujer, se realiza mediante la entrega de dinero necesario para la mantención de ella y los integrantes de su familia, pudiendo considerarse también como tal, la apropiación del dinero que gana la mujer con su trabajo (2022). Este tipo de agresiones y abusos socavan la autopercepción de la mujer, perjudican su independencia, generan estrés y aislamiento llegando a generar una profunda sensación de abandono y desesperanza. En definitiva, todas las consecuencias mencionadas, son resultado de la violencia de género y dañan la salud física y mental de la mujer. Más aún, es necesario mencionar que muchas de las víctimas no tienen acceso a tratamientos, ante lo cual su estado puede agravarse aumentando el riesgo de comorbilidades.
En conclusión, es posible proponer que el estereotipo de género actual está contribuyendo a la vulneración de los derechos de la mujer, ya que la deja a merced de otro con más poder. Esta situación puede promover en el más poderoso el pensamiento de que puede exigir el cumplimiento de sus demandas mediante la fuerza y el mal trato cuando carece de mecanismos apropiados para negociar, entregar afecto y cuando falta conciencia acerca del respeto por los derechos humanos. En ese sentido, y dado que se ha visto la existencia de una relación entre el género y numerosas psicopatologías en las mujeres, es necesario tomar acciones para prevenir la violencia de género y también para tratar los efectos que ésta produce en las víctimas. Para lo primero, es necesario realizar una reflexión crítica respecto del impacto de los géneros heteronormativos binarios (“hombre” y “mujer”) en las diferentes estructuras que cruzan el entramado social, ya que, al ser comprendidos como estereotipos rígidos, determinan y definen a las personas, tal como plantea Butler. Para lo segundo, es necesario llevar la reflexión sobre el género hacia otras estructuras como la política, para que sea considerada en la elaboración de políticas públicas y leyes que promuevan la igualdad de género, ayuden a la concientización social respecto de la desigualdad de género, la protección de los derechos humanos y la erradicación de la violencia de género. Adicionalmente, es necesario que esa reflexión cruce los sistemas de salud, promoviendo una mayor inversión en salud mental y especialización de los profesionales del área en temáticas de violencia de género con el fin de brindar tratamientos más adecuados a las necesidades de estas víctimas.
Sin duda, está claro que la reflexión crítica sobre el género es necesaria, ya que como dice Ramos-Lira (2014) gran parte del origen de la violencia de género está en lo sociocultural, específicamente en las creencias estereotipadas de lo que son y lo que deben ser mujeres y hombres, las cuales permiten a la violencia simbólica ser ejercida de forma invisible y a su vez ser reproducida tanto por quienes la ejercen, como por quienes la sufren y al mismo tiempo por toda la sociedad.
Referencias
Echeburúa, E. & Gerricaechavaría, C. (2009). Abuso sexual en la infancia: víctimas y agresores. Ariel.
Calvo, G. & Camacho, R. (2014). La violencia de género: evolución, impacto y claves para su abordaje. Enfermería Global, 13(33), 424-439. Recuperado en 19 de noviembre de 2022, de http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1695-61412014000100022&lng=es&tlng=es.
Goldstein, E. (2022). Carga mundial de los trastornos de salud mental Evolución pre-pandemia y efectos de la aparición de COVID-19. Biblioteca del Congreso Nacional de Chile. https://obtienearchivo.bcn.cl/obtienearchivo?id=repositorio/10221/33592/2/BCN__Carga_mundial_de_Salud_Mental__FINAL_repos.pdf
Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género. (2022, 19 de noviembre). Violencia Contra la Mujer. https://minmujeryeg.gob.cl/?page_id=34975
Organización mundial de la salud. (2018a, 23 de agosto). Género y salud. https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/gender
Organización mundial de la salud. (2018b, 25 de septiembre). Salud de la mujer. https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/women-s-health
Organización mundial de la salud. (2022, 8 de junio). Trastornos Mentales. https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/mental-disorders
Organización mundial de la salud. (2021, 8 de marzo). Violencia contra la mujer. https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/violence-against-women
Organización Panamericana de la Salud. (s.f.). Salud Mental. https://www.paho.org/es/temas/salud-mental
Ramos-Lira, L. (2014). ¿Por qué hablar de género y salud mental?. Salud Mental, 37(4), 275-281. https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-33252014000400001UN Women Training Centre. (s.f.). Gender. Campushttps://trainingcentre.unwomen.org/mod/glossary/view.php?id=36&mode=letter&hook=G&sortkey=&sortorder=