Por Ps. Francisca Vergara
Probablemente a estas alturas la palabra “límites” resuena tanto como “resiliencia” en el lenguaje de los y las terapeutas y se repita constantemente dentro de la consulta. Sin embargo, esta repetición no aparece precisamente por la existencia de los límites, al contrario, se nombran una y otra vez por la falta de ellos, o bien, por la no claridad respecto a lo qué son y cuál es su efecto en nuestras vidas.
Los límites nos permiten relacionarnos sanamente con los demás, en los entornos laborales, familiares, de pareja, con amigos e incluso con personas que no conocemos y, si bien pareciera que son barreras de protección ante las demás personas, en realidad son un perímetro para contenernos a nosotros mismos; es decir, es hasta dónde ME PERMITO dejar pasar al otro.
Lo anterior es un poco más complejo de lo que parece, porque cuando se habla de límites suele asociarse automáticamente a que son los demás los que podrían o no intentar traspasarlos y si bien siempre puede haber alguien queriendo ir más allá de donde nos sentimos cómodos o seguros, somos también nosotros en muchas ocasiones quienes cedemos aún sin sentirnos bien con ello.
Para comenzar, hay que decir que como un sin número de cosas, los límites aparecen en una fase temprana de nuestras vidas, para ser precisos, en la primera infancia. Es aquí donde aunque pareciéramos no tener mucha conciencia de lo que nos rodea damos inicio a nuestra capacidad de discernimiento, empezamos a notar y hacer saber aquello que nos gusta, lo que no y a lo que no le damos mucha importancia. La crianza es muy importante en este punto, ya que las figuras de apego serán las primeras personas encargadas de validar estás decisiones; así como también harán que respetemos las suyas. Esto es sumamente importante ya que los “no”, los límites, son primordiales en la estructuración psíquica en cualquiera de las modalidades que propone Casas (1999): la denegación discriminativa, el “no” de la prohibición y la negación; es decir, lo que no es, lo que no se hace y lo que no acepto respectivamente. A partir de ello comienza a dibujarse la estructura de los sujetos, pero también de sus vínculos.
Según los diferentes estilos de crianza este proceso de delimitación mutua puede tener tres salidas: el niño o niña debe aceptar y respetar las condiciones, pero las y los cuidadores no respetan los nuevos límites del niño o niña; las y los cuidadores moldean constantemente sus condiciones para adecuarlas al niño o niña y respetan los límites de éste sin excepción; o las y los cuidadores explican sus condiciones y dialogan sobre cuáles límites el niño o niña puede o no respetar y por qué.
De las tres formas presentadas anteriormente, la más acertada sería la última, ya que permite que los niños y niñas formen sus límites de una manera sana para sí mismos; por ejemplo: un “no voy a comer verduras” puede considerarse un límite, pero no es sano para una personita en crecimiento; si los padres explican eso y lo conversan adecuadamente, el pequeño puede determinar cuáles verduras tolera y cuáles definitivamente no, especificando su límite sin que conlleve a una conducta de riesgo, por ejemplo, con un “voy a comer verduras, pero no cocidas ” o “ voy a comer mis vegetales, menos el pimentón”.
Por otra parte, invalidar de lleno cualquier límite del niño o niña o no ponerle condiciones claras resulta perjudicial a largo plazo. En el primer caso es porque acostumbramos a ceder a una persona en crecimiento, a “consentir” los deseos e imposiciones de los demás, ya sea por jerarquía de poder, de edad, e incluso de “importancia”. Desde el otro extremo, al no fijar o clarificar condiciones y límites a un niño o niña lo que hacemos es permitir que siempre quiera ir más allá, sin tener nociones sobre las consecuencias de sus actos y de esta forma actuar riesgosamente por curiosidad o desconocimiento. Estos modelos permanecen, quedando impregnados en las personas hasta adultos.
Ahora, como se ha dicho anteriormente, al ser la postura de límites algo que depende de la crianza, no quedan exentos de las cuestiones de género. Ya se ha visto como culturalmente ciertas cosas “son de mujeres o de hombres”, y si bien las luchas contra este modelo ideológico/cultural han dado libertad de acción a las mujeres, aún queda bastante por hacer en cuanto a los límites respecta. Esto se puede evidenciar de diversas formas, una de ellas es cuán inculcado está ceder a los deseos de los demás o por el bien de los demás; ante lo cual se ha posicionado a las mujeres en roles de cuidado y crianza lo cual generalmente se da en el ámbito privado, en lo doméstico, o sea, fuera del mercado, asumiendo el trabajo no remunerado como un atributo naturalmente femenino, como un mandato o un deber-ser femenino atravesado por la responsabilidad moral sobre otros. En este ejemplo, es preciso resaltar la responsabilidad moral pues es aquí donde nos remontamos a la infancia, al momento en el que estamos creando y configurando límites y recordamos frases que sugieren que ceder es ser amable y ser amable es bueno; por otra parte, decir que no hace sentir mal al otro, es egoísta y eso es malo o, como lo mencionó una paciente en su espacio terapéutico “eso se ve mal en una niñita”.
Es aquí donde surgen un sin número de interrogantes respecto a cuánto más se cede siendo mujer o qué tan bien podemos formar y mantener un límite. Esta acción es necesaria ya que si continuamos con el ejemplo del párrafo anterior, se puede decir que las mujeres hace años ya que se han incorporado al mercado, siendo formalmente fuerza de trabajo y es cierto, pero esto no implica que no se asuman roles de cuidado; actualmente las mujeres han logrado ingresar a espacios antiguamente designados única y exclusivamente para el varón; no obstante esto es una incorporación para el quehacer femenino, una sumatoria, no es algo de lo uno o lo otro y es así como hoy en día se vislumbra la siguiente imagen de mujer: madre trabajadora que cuida a su familia, limpia, ordena y administra el hogar.
Y así, la sumatoria o incorporación de tareas va incrementando, acumulando presión y estrés en las mujeres perjudicando considerablemente la salud mental de éstas. No es aleatorio que en un estudio sobre prevalencia de Burnout en médicos cirujanos en Chile, el 70% de las mujeres presentara un mayor grado de este síndrome en comparación a sus colegas masculinos (Muñoz, Campaña y Campaña, 2018).
Para finalizar cabe decir que la elaboración de límites es primordial para vincularnos de manera segura, esto es igual para todas las personas. No obstante, no debemos olvidar que existe una variante de género en el asunto la cual es digna de cuestionamiento y reflexión, ya que más allá del ejemplo dado, los límites atraviesan cada ámbito de nuestras vidas y permean nuestra capacidad de tomar decisiones, desenvolvernos y hasta de dar consentimiento.
Bibliografía
Casas, M. (1999). En el camino de la simbolización. Producción del sujeto psíquico. Paidós.
Guibert Reyes, W., Prendes Labrada, M., González Pérez, R. y Valdés Pérez, E. M. (1999). Influencia en la salud del rol de género. Revista Cubana de Medicina General Integral, 15(1), 7-13. http://scielo.sld.cu/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0864-21251999000100002&lng=es&tlng=pt
Muñoz, N., Campaña N. y Campaña G. (2018). Prevalencia del síndrome de Burnout en los residentes de cirugía general de Chile y sus factores asociados. Revista chilena de cirugía, 70(6), 544-550. https://dx.doi.org/10.4067/s0718-40262018000600544
Saldaña Orozco, C., Delfín Ruiz, C., Cano Guzmán, R. y Peña Valencia, E. J. (2022). Estrés, factores psicosociales y su impacto en la mujer trabajadora. Revista Venezolana de Gerencia, 27(99), 111.