Derechos Humanos, Género, ODS

El feminismo de ayer y de hoy

El 8 de Marzo recién pasado presenciamos una de las marchas más convocantes del último tiempo, donde mujeres de distintas edades, credos, razas, etnias, y visiones políticas se unieron en pos de una voz común: visibilizar que las demandas en materia de derechos hacia la mujer aún no han sido resueltas.

A pesar de lo multitudinario y transversal de esta manifestación ciudadana, un sector no menor de la sociedad, se mantiene ciego a los cambios culturales que las mujeres estamos impulsando, lo que se deja entrever en discursos colmados de prejuicios que, por un lado, develan la desinformación respecto del movimiento feminista y, por otro, dan cuenta de las resistencias que genera todo movimiento social que viene a romper el estatus quo, constituyéndose en una amenaza al orden establecido tanto a nivel social como individual.

Es importante destacar que los movimientos feministas tienen una larga historia, con momentos de latencia y otros de mayor presencia. En la teoría feminista, se utiliza el concepto de “olas” para explicar la evolución de las demandas y reivindicaciones del movimiento feminista en diferentes épocas; al respecto, se habla de cuatro olas feministas.

La “primera ola feminista” acontece desde la revolución francesa hasta mediados del siglo XIX, cuando se comienza a reflexionar acerca de la educación y los derechos de la mujer, y a cuestionar los privilegios masculinos afirmando que no son una cuestión biológica y/o natural, sino que una construcción social. Los derechos de la mujer comienzan a estar presentes en el ambiente político e intelectual.

La segunda ola feminista se dio desde mediados del siglo XIX hasta la década de los cincuenta. Durante este periodo, se comienza a cuestionar la falta de derechos civiles y políticos de las mujeres, logrando instalar dentro de sus puntos principales, el derecho al voto femenino. Es aquí cuando el debate alrededor del sufragio universal se intensifica. Además, surgen demandas como el acceso a la educación superior y el fin de la obligatoriedad del matrimonio impuesto a la mujer.

La “tercera ola feminista llegó en la década del sesenta, habiendo distintas opiniones respecto a su finalización; algunas afirman que finalizó en los años ochenta, otras plantean que aún está en vigencia. Esta ola instala la importancia de las políticas públicas que reivindican a la mujer y el fin del patriarcado. Junto a esto, aparecen con mayor fuerza los debates contemporáneos en torno de la violencia de género y la sexualidad en la mujer, siendo fundamental la legitimación de los anticonceptivos, lo que brindó a las mujeres el poder del control de la natalidad.

La cuarta ola feminista es la que vivimos en la actualidad, la que está caracterizada por el activismo a gran escala dada la masificación de los medios de comunicación virtuales. Esta ola tiene como uno de sus ejes, la erradicación de todas las formas de violencia hacia la mujer, mientras que en materia de derechos, la legalización del aborto aparece como un punto central. Además, se continúa planteando el fin de los privilegios y estereotipos de género establecidos históricamente, aparece una mayor afinidad con los movimientos de la disidencia sexual y se establecen cruces con otras formas de subordinación; de raza, clase, etnia.

Gracias al feminismo de las primeras olas, actualmente las mujeres tenemos derecho a voto, a acceder a la educación superior, al control de la natalidad, y a un sin fin de derechos que, sin esas luchas, no hubiéramos conseguido. El feminismo de hoy trata de continuar avanzando hacia la construcción de espacios democráticos, de mayor equidad, participación y autonomía de las mujeres, bajo la lógica de ampliación de derechos para toda la sociedad. Conquistar una vida digna en materia laboral, de salud, educación y pensiones; en este sentido, se trata de apostar por cambios profundos en la estructura social.

Por otro lado, si bien ha habido avances a nivel internacional y nacional, y esfuerzos en materia de legislación, siguen existiendo amplias brechas: la precarización en los trabajos de las mujeres persiste, la política pública es insuficiente, la legislación en materia de violencia de género por lo general se transforma en letra vacía, no logra actuar preventivamente y siempre parece llegar tardíamente. Asimismo, las instituciones fundamentales de la sociedad continúan siendo un reflejo de modelos patriarcales, no alcanzando tampoco la promesa de paridad en los cargos de representación.

Queda aún mucho camino por recorrer, pero para continuar avanzando es necesario entender a qué apunta la lucha del feminismo, entender que el feminismo no se posiciona en contra de los hombres, ni busca que hombres y mujeres seamos iguales (lo que está en el terreno de la imposibilidad), sino que busca la igualdad de derechos, ni más ni menos.

Para el feminismo, el problema no son los hombres sino que es el Patriarcado, entendido este como una forma de ordenamiento social donde el poder recae principalmente en el hombre, otorgándole mayor autoridad de la familia o grupo social. Esto supone un dominio de lo masculino y una subordinación de lo femenino, lo que favorece una distribución desigual del poder y de los derechos entre hombres y mujeres.

Se trata de dejar de concebir al feminismo como un peligro, sino que por el contrario, entenderlo como un espacio por el que todxs podemos transitar, probablemente con contradicciones, con distintos énfasis y de diversas formas; con el cuerpo como arma o sin él, en lo individual o lo colectivo, en lo privado o lo público.

Se trata de reflexionar acerca de los estereotipos de género y los costos de estos en nuestras vidas, de cuestionar los patrones de crianza sexistas que continúan perpetuándose, de tener en cuenta como reproducimos cotidianamente comportamientos sexistas, porque es lo que aprendimos, porque es útil, ordena nuestro mundo, nos permite controlarlo y anticiparlo.

Se trata de asumir que todxs somos protagonistas de la perpetuación de relaciones desiguales, sustentadas en la dominación de unxs sobre otrxs, todxs reproducimos dinámicas que favorecen la discriminación, ya sea en términos de género, raza, etnia, clase social etc., todxs somos parte responsable de la misma.

En este sentido, de la forma que sea, a todxs nos compete una parte de las transformaciones que, en materia de derechos, el movimiento feminista está impulsando, en el entendido que un país con mayor justicia social para las mujeres es un país más justo para todxs.

 

Valery Dawson – Directora CERES

Pia Vallejo – Psicologa Clinica CERES Psicologia & Diversidad