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El dispositivo terapéutico como espacio de reproducción social: alcances clínicos orientados a la terapia afirmativa de derechos

El trabajo en la atención clínica consta de una serie de rituales integrados por el inconsciente colectivo, por posturas particulares, tonos, movimientos, disposiciones, ritmos. El conocimiento al que Carl Jung apuntaba, sobrepasa los saberes obtenidos por la propia experiencia del mismo paciente. Y es que, muchxs de ellxs ni siquiera habían asistido a un dispositivo terapéutico y ya comprendían, en base al bagaje cultural, qué es lo que se supone unx hace al momento de asistir a terapia (Alonso,2004).

En base a lo anterior y dado el explosivo aumento que trajo nuestra vida en pandemia, es interesante preguntarse como profesionales de la salud mental acerca de nuestro rol en la reproducción de ideas culturalmente aceptadas, siendo este un momento inédito para los alcances que puede tener la psicología en la vida de las personas y su perspectiva sobre cómo lo social trasciende lo personal y viceversa. Particularmente me centraré en la vida de las personas pertenecientes a la diversidad y las disidencias sexuales.

Para los psicoanalistas, el dispositivo terapéutico consta de cuatro elementos centrales: la asociación libre, aquella cadena de significantes que nos llevan a conectar con la experiencia traumática, o aquello removedor para les  pacientes; la atención flotante o escucha analítica que comúnmente hemos oído en la psicologización del lenguaje como “escucha activa”; la transferencia, el vínculo entre analista y analizante, en el que se ponen en juego los deseos, hostilidad, y la escenificación de un vínculo con Otro; para finalmente dar paso a la interpretación, aquel conjunto de intervenciones que se hacen en terapia para poder conectar y comprender el porqué de las angustias de lxs pacientes (López, 2017).

Se decía en su minuto que estos cuatro elementos se ponían en un espacio virtual, dado que esta metodología no se sostiene más allá que de la relación entre aquel encuentro de dos personas de manera física. No obstante, con el paso de la pandemia, aquellas restricciones que portaban algunxs psicólogxs ante la idea de que algo en la ecuación pudiese verse alterado terminó cediendo ante la presión de la nueva normalidad.

La virtualidad se transformó en un real, ahora, los vínculos se realizan a través de pantallas de diversos portes, celulares, computadores, tablets, entre otros; pantallas que encuadran la presencialidad de otrx a un pequeño marco de fotos, y es ahí desde donde trabajamos hasta la fecha, con las ventajas y desventajas que esto implica.

En tanto la vida en pandemia, la Asociación Chilena de Seguridad (ACHS) determinó que en el año 2021 existe un aumento de 6 puntos porcentuales en comparación a una medición de salud mental realizada en noviembre del 2020, llegando hasta un 46,7% de las personas que presentan algún tipo de síntoma relacionado a la depresión (ACHS, 4 de mayo de 2021).

Atender por teleconsulta es sin duda un reto, dado que tal como lo he expresado, limitarse a lo visual puede traer consecuencias en quien la expresión diverge de la identidad. Respecto a esto, la filósofa Judith Butler (2006) nos plantea la concepción del reglamento del género, porque pese a lo tangible que puede ser en ocasiones desde un punto de vista de la expresión, este se somete a un conjunto de leyes, reglas y políticas que regulan nuestros cuerpos, y así como lo he expresado, el inconsciente colectivo difumina bajo el paradigma de lo binario hacia el ser de una u otra manera. Casi como si operásemos por supuestos, en los que la idea preconcebida de quién está frente se reconocerá de tal o cual forma limitándose a los estándares normativos.

Pero el género es un crisol bastante amplio, en donde lo social funciona como una especie de arma de doble filo, porque existe la norma que nos impregna y juzga desde sus cánones recalcitrantes y opresivos, pero por otro, es agente de resistencia y reestructuración identitaria.

Ante esto, no podemos quedar indiferentes, porque lo social opera en toda instancia y en cada espacio, virtual o presencial, por lo que como psicólogxs pareciera ser que los alcances que tiene nuestro bagaje como personas puede coincidir en terapia con esta arma de doble filo, entre el verdugo que minimiza la violencia simbólica por la que transitan las personas de la diversidad sexual, o bien, quien pone en la mesa que el malestar subjetivo tiene un componente cultural.

Dentro de las primeras cosas que se estimaría hacer en un encuadre orientado a una terapia afirmativa de derechos sería el respeto a los pronombres o el nombre social de le paciente, dado que la transgresión podría no solo vulnerar aquello que comúnmente denominamos identidad, sino también los procesos de devenir sujeto singular. Es negar su facultad diferenciadora y de conformación de su realidad psíquica.

El respeto a los pronombres no tendría por qué interrumpir el proceso de asociación libre, ya que, en muchas ocasiones el malestar se ubica en otra esfera de su vida. Respecto a esto último, muchas personas no binarias, me han expresado la comodidad del término persona, palabra que creo nos podría evitar entramparnos en las exclusiones de una u otra palabra.

Teniendo en cuenta esto último, podríamos saltar una primera valla, el cómo referirnos a la otredad. Me detengo en este aspecto porque el cómo nos referiremos a esa persona que está delante es vital para establecer una buena transferencia o alianza en pos del propósito por el cual nos encontramos en ese espacio.

Otro elemento para considerar, por muy burdo que resulte, es adentrarnos en la cultura LGBTIQA+, adentrarnos desde el conocimiento y la duda, porque, por un lado, el tener noción de ciertos temas importantes para una comunidad determinan un buen rapport, y por otro, no somos tan conocedores de su vida como la persona misma, en consecuencia, posicionarnos desde una “ignorancia docta”.

Esto podría ayudar a visualizar, por ejemplo, que en terapia se reproduce el miedo a develar su identidad sexual debido a experiencias pasadas; en que contar una realidad acerca de si mismxs ha acarreado la pérdida de amistades, relaciones familiares o apoyo de alguna comunidad a la que pertenecían  (Martínez et al., 2018), motivo por el que como terapeutas el no percatarnos de esto, podría inconscientemente avalar los discursos opresivos que operan en ciertos contextos, como si dijésemos un “aquí tampoco se habla de esto”.

Dar cabida al habla, a la expresión más allá del correctismo lingüístico da espacio al malestar y aquellas cosas que se van enganchando colindantemente, como la LGBTfobia internalizada. ¿cómo no cuestionar el estigma social que les lleva a rechazarse a sí mismxs?, esta poca cabida al hablar de diversidad toma por figura una microagresión desde nuestra parte, dado que potencian la inconformidad con su persona y limita la exploración a eventos que pueden ser de relevancia para el tratamiento terapéutico (Martínez et al., 2018). Asimismo, cabe repensarse que la violencia que se puede cometer en el espacio terapéutico tiene la particularidad de que en este, recurren a nosotrxs en búsqueda de sentirse mejor, estableciéndose una relación asimétrica, en donde lxs pacientes son susceptibles a las palabras dichas por le profesional.

La terapia debería considerarse como un espacio seguro en donde quien acude a nosotrxs pueda poner sus angustias, sus faltas y sus carencias en búsqueda de bienestar, como quiera que lo comprenda, y es por esto mismo que nuestro quehacer debería velar por ¿qué es lo que le hace llevadera la vida a esta persona?, orientación que no impide poner en práctica la reflexión sobre si mismxs, sino que es el respeto a la expresión de la identidad como un derecho humano, en el que se nos comprende como iguales sin importar nuestras condiciones; es repensar la terapia como un espacio de libertad plena.

 Por: Dominick Rivas

Referencias

Asociación Chilena de Seguridad. (04 de mayo de 2021). Salud mental de los chilenos empeora en abril tras implementación de cuarentenas: Síntomas de depresión llegan a 46,7%. Asociación Chilena de Seguridad. https://www.achs.cl/portal/centro-de-noticias/Paginas/salud-mental-de-los-chilenos-empeora-en-abril-tras-implementacion-de-cuarentenas-sintomas-de-depresion-llegan-a-467.aspx

Alonso G., Juan Carlos (2004). La Psicología Analítica de Jung y sus aportes a la psicoterapia. Universitas Psychologica, 3(1),55-70.[fecha de Consulta 27 de Septiembre de 2021]. ISSN: 1657-9267. Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=64730107

Butler, J. (2006). Deshacer el género. Paidós.

Lopera, J. (2017). Psicoterapia psicoanalítica. Rev. CES Psicol., 10(1), 83-98.

Martínez, C. Tomicic, A., Gálvez, C., Rodríguez, J. Rosenbaum, C., Aguayo, F. (2018). Psicoterapia Culturalmente Competente para el Trabajo con Pacientes LGBT+. Una Guía para Psicoterapeutas y Profesionales de la Salud Mental. Centro de Estudios en Psicología Clínica & Psicoterapia, Universidad Diego Portales (CEPPS-UDP). Santiago, Chile.