Para las mujeres la necesidad y el deseo de apoyarse mutuamente no son patológicos sino redentores, y hay que partir de este conocimiento para redescubrir nuestro auténtico poder. Esta conexión real es la que despierta miedos en el mundo patriarcal”
Audre Lorde
“Ningún ser humano puede bastarse a sí mismo; fundamentalmente vulnerables e interdependientes, los individuos deben a menudo recurrir en un momento y otro de su vida a relaciones de protección, de ayuda para el desarrollo, de tratamiento de la dependencia; no obstante, han sido ignorados, eufemismos o despreciados”
Fabienne Brugère
“Nos salvamos/porque estuvimos todo el tiempo/ tomados de las manos»
Rosabetty Muñoz
Cuando me ofrezco para escribir esta columna, inmediatamente pienso si me metí en un gran problema. Qué nueva idea puede surgir ante “otro 8 de marzo”, con la cantidad de información que ha circulado manifiestamente, problemáticas que conocemos desde nuestra infancia e infancia de mujeres que nos rodean.
En qué dirección encauzar la extensión de reflexiones que he pensado y vivido frente a un día que conmueve millones de pequeñas historias, la gran Historia, y la múltiple cantidad de historias difusas que apenas se ven o apenas pueden ser dichas por quienes las padecen. No pretendo hablar por todas las oprimidas ni por todos los daños percibidos, ni por las mujeres migrantes, mujeres racializadas, las mujeres trans, las mujeres de la tercera edad, las pobladoras; no pretendo borrar la pluralidad de voces en nombre de decir ser todas las mujeres.
Sin embargo, puedo hablar por mi trabajo, por lo que escucho, por lo que veo en otras colegas, en otras amigas, entre las consultantes, entre mis pacientes mujeres. En el trabajo de escuchar a las que consultan, que siempre es un número bastante alto respecto a otros géneros[1], noto que transversalmente hay algo que insiste en todas ellas: están en un tiempo sin tiempo, en un lugar sin lugar. Donde las exigencias económicas, laborales, estéticas, morales, sobre sus modos de vivir y de mostrarse, abarcan la totalidad casi del espacio vital. Viviendo una vida que la mayoría del tiempo, es para los otros. Un discurso que se reitera: emplazadas en situaciones donde se hacen cargo ellas con escaso acompañamiento o cooperación de otras personas, el destino indeclinable comienza a ser el aislamiento, un sitio donde para el deseo pareciera ser su único destino, la obturación.
Pienso en una paciente que trabaja con un grupo de mujeres migrantes en Quilicura, donde el último año, ya entrando en un intento de vida sin pandemia, ha sido prácticamente imposible encontrarse entre ellas, por una cadena de precarizaciones y vulneraciones que las atraviesan. Mi paciente me relata este hecho, ella misma con la dificultad de continuidad de su propio proceso terapéutico, por dificultades económicas, de tiempo, de acceso. Que es otro de los atolladeros donde las mujeres arriesgan quedarse: no poder vivir con continuidad trayectos que cederían cierto plus de libertad.
No es una cuestión que se forme en la vida entre los semejantes, sino tiene su raigambre desde concepciones primigenias acerca de lo psíquico en las mujeres, o nos arriesgamos a decir acaso, a partir de la organización de la cultura.
Desde el psicoanálisis, orientación desde la que trabajo, durante muchos años los tiempos relativos al Complejo de Edipo, asignaron la idea de envidia del pene adosado a la construcción subjetiva de las mujeres. Si bien no me detendré en este punto, es a partir de ahí que quiero desplegar otra arista fundamental de nuestro modo de habitar el mundo, siendo mujeres. Al concebir las infancias de las niñas, la noción preedípica de la diferencia sexual como no portadoras del pene se ha traducido también -y es algo que en lo que los feminismos son fundamentales para re pensar esta disciplina- en una constitución subjetiva siempre en falta, de la mano de la transmisión de la amenaza de violación[2] que en gran parte explica una idea instalada de inferioridad de género y que constituye además, una inseguridad psíquica, traducida en “la amenaza que tiene como objeto todo su cuerpo y su propia vida, en tanto la amenza de violación contiene, además de la humillación, la amenaza de muerte y de su propio placer”[3]. De este modo, se establece un descubrimiento de posición inferior, respecto a figuras masculinas adultas, padres, y niños varones, quienes “tienen el poder, el control, y una mejor posición social; son los que portan la autoridad, tienen la razón y son los que saben más. Los niños son más rápidos, mejores deportistas, más inteligentes, fuertes y ágiles. En palabras de Simone de Beauvoir, “…la niña no envidia el falo más que como símbolo de los privilegios concedidos al muchacho” (1949, pg. 47).”[4].
En este sentido, queda asignada la ubicación de las mujeres respecto a un lugar de pasividad, que afortunadamente se ha puesto en disputa en distintos momentos de la Historia, para dejar ver, mostrar y levantar la voz que no hay ningún tipo de disposición biológica ni esencial para ello. No obstante, ha sido un proceso muy obstaculizado aún hasta nuestros días, lo que expresaba anteriormente: la manera en que se ha concebido nuestra posición en el mundo, es en gran parte como las responsables de los cuidados. Esto viene a propósito de cierto carácter que se desglosa a raíz de esta pasividad, ligada siempre a lo privado, a la intimidad, lo sentimental, la bondad, la calma, aquello llamado “maternal”, por qué no. Aún, en o ante cierta masividad de un despertar y reclamos multitudinarios acerca del lugar ocupado por las mujeres, “no hay muchos símbolos y emblemas para las mujeres por fuera de la madre”[5]
En Estados Unidos, se ha comenzado a estudiar esta temática, enmarcándola en las llamadas éticas del cuidado, las cuales alcanzan soporte sobre todo a partir del gobierno de Ronald Reagan, quien, grosso modo, desmantela el trabajo del Estado y se evidencia entonces en dónde recae esta restitución del fracturado lazo social, como consecuencia de esta desmantelación. Se ha sustituido el papel protector de la administración de una nación, por una visión ultraliberal de la economía, traducida en el empuje a sujetos autónomos que se mueven en la dinámica del emprendimiento por sí solos, buscando el éxito individual. Hemos quedado entonces, desde esta configuración, a cargo de la recomposición del corpus social. En una noción de la vida a partir de sujetos siempre sexuados, hundidas las raíces de lo social en una idea de matriz esencialmente heterosexual, la asignación de los cuidados a las posiciones femeninas “conlleva en sí mismo sus propios límites. Por un lado, hace visible el devenir de las mujeres en el mundo entero: el cuidado de sus familiares, el mantener unida a la familia, la asignación de la preocupación por otros hasta el sacrificio de sí misma”[6].
Sin duda esta situación se afirma en la médula profunda de la arquitectura social
e intentar conmover la esta realidad, puede resultar abrumador dado el tamaño de dicha empresa. No obstante, no puede ser un impedimento para no efectuar ejercicios políticos en la vida cotidiana, ante la falla o falta de políticas públicas; en palabras de Fabienne Brugère, “hacer de los cuidados una ética que venga a alimentar la justicia, que haga del sujeto necesitado un complemento del sujeto de derecho”. No depende de solamente de la sensibilidad ante otro, ni de exigirle todo a las políticas públicas, ni tampoco exigirle todo a los espacios terapéuticos. Es trabajo de todes, me atrevo a decir, todo el tiempo. Observar críticamente, llevar al acto la cooperación con otras, con otres, con otros. Apuntar a la solidaridad entre todes, no como ayuda, pues “la solidaridad parte de la conclusión de la identidad: la persona se pudo colocar en el lugar institucional del otro en tanto dicho lugar es también el propio. La ayuda borra lo social, niega la estructura de poder ya que se trata de una cierta imposición.”[7]
Me dijo une paciente el otro día “todo quien sea capaz de colaborar con la causa, debe hacerlo” A ningún grupo oprimido le sobran los medios para sostenerse por sí sola, no es sino de a varies, que es posible estar en pie.
[1] Según el último registro en nuestra ONG, el %50, 7 de consultas fueron realizadas por mujeres cisgénero; el %l 11.4 por personas transgénero; el %3,9 por personas no binarias y el %34,00 por varones cisgénero.
[2] Rutemberg, M. “El superyó en las mujeres desde el psicoanálisis y el feminismo: revisión clínica y crítica.” 2018 https://www.aacademica.org/000-122/531.pdf
[3] Ibid.
[4] Ibid.
[5] Fernández, A. “Psicoanálisis. De los lapsis fundacionales a los feminismos del siglo XX”, 2021 Ed Paidós, Buenos Aires.
[6] Brugère, F. “La ética del cuidado”, 2022 Ed. Metales Pesados, Santiago.
[7] Foladori, H. “Existe la psicología comunitaria”