Derechos Humanos, LGBTI, Políticas Trans

Apuntes de una entrevista en el Día Internacional de la Visibilidad Transgénero.

Siendo hoy la conmemoración del noveno año del día internacional de la visibilidad transgénero, una reseña puntuada de la entrevista que el co-autor de El género desordenado: crítica en torno a la patologización de la transexualidad, nos concediera es de cierto modo la forma de abrir un pétalo de pensamiento junto a los debates, político-reivindicativos, que circundan la vida de las personas trans. 

La visita de Gerard Coll-Planas a nuestro país fue una que promovió un gran influjo de perspectivas en cuanto al activismo trans y LGTBI en general. Ya en la conferencia magistral que diese en la FACSO de la U. de Chile –y para mal de los esperanzados–, tomó el problema de la interseccionalidad conforme a su propia experiencia denudando el reflejo de una práctica que dista bastante de ser una confluencia igualitarista a la hora de perseguir sus objetivos. Entre la competición de las así llamadas “olimpiadas de la opresión” y la manía por la reproducción, sin diferencia, de planes y programas de igualdad adscritos al ejercicio y la gestación de políticas públicas destinadas al colectivo de las diversidades sexuales y de género, un panorama crítico nos hace enterar de que en España  (tal como en otros países) la disputa por la transversalidad de determinados ejes no deja de insertar la cuota de una lógica en la que ciertas diferencias poseen una valoración, o mejor aún, una valorización activa de mayor impacto que otras. Dos ejemplos de estos último son, por un lado, que cerrar la mirada hacia uno de los ejes –de los tantos que se cruzan en el discurso de la interseccionalidad– muchas veces opera como el agravante de otras discriminaciones (la orientación sexual sobre lo racial, el género sobre el estrato social, la clase sobre la discapacidad, etc.) y, en segundo lugar, la existencia de una especie de calmante farmacológico que significa el “keep and calm and copy paste” en la producción de planes y orientaciones, a la hora de considerar las «variantes» de presupuesto y chance institucional. Para decirlo en dos palabras, administración de las políticas de la diferencia y no una disidencia política en el reparto de la racionalidad gubernamental para con la reivindicación de derechos de los activismos situados.

Por otro lado, en la entrevista que nos concediera el miércoles 28 al equipo del Centro de Estudios de la Realidad Social – CERES, un día después del Simposio “Psicología y transexualidad” que tuvo lugar en la U. Academia de Humanismo Cristiano, debatimos sobre una amplia gama de temas a la luz de la lectura de sus investigaciones. De modo que, hubo la ocasión de focalizar en temáticas trans-específicas. Tal fue el caso de la cuestión de los saberes situados de la mano de una cita que abre, precisamente, su libro La voluntad y el deseo, apropósito de la noción de “objetividad entre paréntesis” de H. Maturana. Sin lugar a duda, eso permitió relocalizar uno de los tiempos o modalidades de estos saberes.

Ya desde cierto feminismo teórico, como el de Nelly Richard y otras, habrían sido clave en Chile las “poética de la desobediencia” y el desacato de figuras que incomodan las configuraciones sexo-genéricas dominantes, saltando la valla de cierta neutralidad de los discursos más universalistas e institucionalizados. Frente a un relativismo que niega la maquinación de sus privilegios, una “política de la localización” nos hace pensar en la diferencia de los derechos TTT en Latinoamérica, en particular. Estudios sobre la cuestión sanitaria e intentos de desarrollo de una salud integral hacia personas trans han hecho visible factores de riesgo que parecen no sobrecargarse de igual manera en otros lugares del planeta. Con esto último nos referimos a: los altos niveles de exposición a la violencia verbal y física, incluidos los ataques y los crímenes de odio, la alta frecuencia de problemas relacionados con la salud mental por causas endógenas (transfobia y transmisoginia), la alta tasa de prevalencia de VIH y otras ITS que supera a la población gay masculina; efectos negativos de hormonas por autoadministración (muy comunes en comunidades y amistades travestis), [1] además de la alta tasa de suicidio adolescente y otras determinantes más generalizadas como los son los no menos alarmantes niveles de acoso y hostigamiento en el espacio escolar (dado la expresión de género no cisgénero), las infinitas dificultades al acceso laboral o la falta de cobertura financiera en prestaciones médicas especializadas en cuerpos trans, las cuales, tienen por consecuencia, a su vez, las dificultades de adquisición de vivienda y de una más o menos firme profesionalización. Todo un círculo vicioso de precariedades profundas que habla de una vulneración de derechos y de los infinitos contornos de la patologización.

En relación al paradigma de no reconocimiento y desprotección de las formas jurídicas hacia la población trans (no ser considerado ciudadano, ciudadana o ciudadane) y al discurso médico que proclama la disforia como una enfermedad mental, Coll-Planas acierta de manera formidable al concebir la profundidad política en la construcción social de los géneros, desplazando todo tipo de sesgo patologizante al interior del término “transexualidad”. Para finalizar (y sin dar muestra de la totalidad de preguntas desarrolladas, o del aprendizaje mismo que se suscitó en el encuentro), nos gustaría subrayar su respuesta apropósito de un debate crucial en la materia. En consideración a la cuestión del sufrimiento, a saber, si acaso éste es algo viene ínsito en la persona transexual (más allá de toda interpelación o proceso de sujeción) o antes bien, se trata de un efecto de la causal del rechazo social contínuo, nuestro entrevistado aseveró una postura que es más o menos la que podemos hallar en una de sus reflexiones críticas con Miquel Missé. La cual, nos gustaría refrendar hoy, en el día  internacional de la visibilidad transgénero. Ésta dice:

Lo que lleva a una persona trans a una consulta médica es el malestar o la violencia que siente por el hecho de vivir una identidad de género no-normativa. El problema no es la transexualidad sino la transfobia. Además, los profesionales de la salud mental deben dejar de imponer el modelo binario hombre-mujer y dejar de lado una comprensión esencialista de las categorías de transexual, transgénero, travesti, ya que no permiten dar cuenta de la complejidad y diversidad de los procesos que viven las personas trans.[2]

 

Débora Fernández – Secretaria/e de CERES

[1] Por la salud de las personas trans, elementos para el desarrollo de la atención integral de las personas trans y sus continuidades en Latinoamérica y el Caribe

[2] La patologización de la transexualidad: reflexiones críticas y propuestas

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